Por qué internet ya no es lo que era
El desarrollo de tecnologías que nos vendían como revolucionarias ha cambiado la web de forma que ya no es lo útil, intuitiva y amigable que solía: algoritmos e inteligencia artificial tienen la culpa
¿Te resulta cada vez más y más difícil encontrar lo que quieres entre los enlaces que te lanza Google como respuestas a tus búsquedas? ¿Te largaste de Facebook cuando empezó a bombardearte con anuncios y contenidos de páginas a las que no seguías? ¿Estás hasta la coronilla de ver que cada post viral en X (antigua Twitter) te lleva a una ristra de respuestas que no aportan nada a la conversación, cuando no se desvían directamente del tema del post? ¿Necesitas una tarde entera para encontrar en Amazon el artículo que necesitas? ¿Todas las películas de Netflix te parecen malísimas?
Seguro que te has dado cuenta de que todos esos servicios online que un día nos hacían la vida más fácil o agradable han ido a peor. Hubo un tiempo en el que el buscador de Google era prácticamente un oráculo que te daba respuestas a las preguntas más rebuscadas que se te ocurrieran. Facebook nació como una plataforma divertida en la que estar al tanto de lo que hacían tus amigos y conocidos, y Twitter era una plaza pública en la que compartir opiniones y memes con personas de todo el planeta. Y cuando necesitabas cualquier cosa, Amazon te la encontraba enseguida. ¿Cómo dejó de ser así?
El ‘enmerdamiento’ de internet
Tú te has dado cuenta, yo me he dado cuenta y más gente se ha dado cuenta. Hasta el punto de que este fenómeno ya tiene un nombre: el escritor Corey Doctorow acuñó un concepto llamado ‘enshittification’, que aquí traduciremos como ’enmerdamiento’ para entendernos. Doctorow resumió de esta manera el fenómeno en su blog:
Así es cómo mueren las plataformas: primero, son buenas para sus usuarios; luego, abusan de sus usuarios para favorecer a sus clientes; finalmente, abusan de esos clientes para reclamar todo el valor para sí mismas. Entonces, mueren.
Es fácil ver esta evolución en una plataforma como Facebook, que, lejos de estar muerta (aún sigue ampliando su base de usuarios), ha ido siendo abandonada progresivamente por buena parte de sus primeros usuarios. Al principio, era un lugar donde encontrarse virtualmente con amigos, no solo para ver sus actualizaciones, sino también para hablar con ellos (en mi caso, la llegada del chat a Facebook mató en mi círculo social al Messenger de MSN). Después, con la creación de las páginas, desembarcaron las revistas, los periódicos digitales, las marcas y los famosos y aparecieron los primeros influencers. Fue entonces cuando nuestro feed empezó a llenarse de cosas que no necesariamente queríamos ver y hoy, lo que queda es una ensalada de anuncios y contenido recomendado por el algoritmo de páginas que ni siquiera seguimos.
Por qué Facebook ha empeorado hasta este punto la experiencia de sus usuarios tiene una explicación sencilla: por dinero. Aquel lejano Facebook donde entrábamos por instinto al encender nuestro ordenador no era rentable. Sí, tenía millones de usuarios, pero nadie gastaba dinero en la plataforma. Hoy ya sabemos que pagábamos de otra manera: con nuestros datos. Los datos que usaba Facebook para ofrecer a los anunciantes la oportunidad de segmentar sus anuncios. Con el tiempo, Zuckerberg fue encareciendo a creadores de contenido y anunciantes el precio por aparecer en nuestros feeds; la máquina quería más dinero y cerró el grifo del alcance. Círculo completo: primero, todo para los usuarios; después, usuarios abusados en favor de los clientes; finalmente, abuso de los clientes para satisfacer a los inversores.
Un jardín lleno de mierda
Google, Amazon, YouTube, Instagram, Netflix, Spotify… Podemos advertir un patrón similar en prácticamente cualquier plataforma digital de uso masivo con unos cuantos años a sus espaldas. La intuición nos dice que el usuario abandonará la plataforma cuando deje de serle útil, pero la realidad es más compleja. Estas grandes plataformas aprovechan su propio tamaño para perpetuarse: tienen una oferta demasiado grande como para prescindir de ellas, no existen alternativas comparables o simplemente no queremos abandonar a los amigos que siguen usándolas. Saben que, una vez estemos dentro, nos resultará muy difícil salir; de ahí que todas esas startups se valgan de estrategias de growth hacking que implican operar a pérdidas durante años para conseguir una buena base de usuarios. Una vez conseguida, hay que rentabilizarla: comienza la fase de ‘enmerdamiento’.
Con todo, los usuarios siguen siendo el principal activo de todas estas compañías tecnológicas. Estas megacorporaciones están, además, atrapadas en una espiral de crecimiento perpetuo para seguir contentando a sus accionistas y por eso es tan peligroso para ellas dejar de captar nuevos usuarios. Cuando ese crecimiento frena, no les queda más remedio que ordeñar a los que ya tiene todo lo posible. Por eso, todas las estrategias destinadas a capturar usuarios para luego retenerlos como rehenes dentro de sus plataformas suelen tener un mismo objetivo: crear lo que se denomina un jardín vallado, es decir, un ecosistema cerrado del que el usuario no pueda salir.
El ejemplo más evidente de jardín vallado lo tenemos en Apple, que lleva desde siempre intentando (no siempre con éxito) que sus dispositivos y su software sean únicamente compatibles con sus propios productos. Pero la misma intención se infiere de decisiones que otras tecnológicas han ido adoptando en los últimos años: en el mundo editorial somos conscientes de que Facebook, otrora fuente principal de tráfico hacia los portales de noticias, ha ido cerrando el grifo progresivamente. ¿Por qué iba a querer dejarte marchar mediante un enlace a otra web si allí no vas a poder ver sus anuncios?
Hace una década, la entrada de Zuckerberg en India mediante el proyecto Internet.org, que pretendía solucionar el problema del limitado acceso de la población del país a internet, generó no poca controversia al acotar ese acceso a los límites de su propia plataforma casi en exclusiva. También creó los Instant Articles para Facebook, un sistema que prometía reducir el tiempo de carga de los artículos publicados en medios de comunicación online que, de paso, permitía a la plataforma sustituir los anuncios de esas webs externas por los suyos propios. Poco después, Google adoptó la misma filosofía al implementar el protocolo AMP en una guerra abierta por los ingresos publicitarios en la que los editores eran carne de cañón.
Elon Musk, dueño de X (cuyas decisiones merecerán otro artículo aparte), ya ha dicho que lo mejor que pueden hacer los periodistas es dejar sus trabajos en las redacciones y publicar directamente en su plataforma. Incluso Google lleva varios años mostrándonos las respuestas a las búsquedas directamente en menús contextuales en la página de resultados sin necesidad de que entremos a las páginas en las que esos datos están alojados. Las prácticas monopolísticas de estas megacorporaciones nos conducen irremediablemente a un internet más cerrado y estrecho en un esfuerzo poco disimulado por acaparar más y más tráfico web y encerrarnos en su jardín sembrado de anuncios.
Google compró YouTube, Facebook compró Instagram y WhatsApp, Microsoft compró LinkedIn, Amazon compró Twitch y, ahora que Estados Unidos obliga a ByteDance (la compañía china propietaria de TikTok) a vender la aplicación más exitosa de esta década, solo queda saber cuál de estos gigantes tecnológicos se quedará este suculento trozo del pastel. Resumiendo: conforme internet evolucionaba hacia una estructura más monolítica y centralizada, los usuarios nos fuimos haciendo más dependientes de unos servicios que han ido dando la espalda a nuestras necesidades para beneficio de los inversores. Y si aún crees que no es para tanto, paciencia: todo está a punto de ir a peor.
Por máquinas y para máquinas
Si los servicios de estas plataformas son ahora menos amigables para las personas es, en parte, porque en los últimos años han tenido que atender también a las necesidades de un nuevo y numeroso tipo de usuario. Puede que no seas consciente de que prácticamente la mitad del tráfico total de internet lo generan bots. La cuestión podría ser anecdótica si no fuera porque compartimos el ciberespacio con estos sistemas automatizados y su comportamiento, muy distinto al de los seres humanos, influye en la manera en que los algoritmos ordenan la información dentro de estas plataformas.
No es descabellado afirmar que nuestra vida digital se desarrolla bajo lo que ya se ha bautizado como la dictadura del algoritmo. Son los algoritmos los que deciden, en gran medida, qué videos vemos en YouTube, qué películas vemos en Netflix, qué canciones escuchamos en Spotify, qué resultados obtenemos en nuestras búsquedas en Google, qué artículos compramos en Amazon o qué contenidos vemos en Instagram, TikTok o X. Y, aunque esos algoritmos son capaces de analizar nuestros gustos e intereses para recomendarnos contenidos relacionados, también tienen en cuenta tendencias globales para mostrarnos otros simplemente porque son populares en las criticadas pestañas “Para ti”.
Entonces, ¿qué pasa si estos algoritmos están también aprendiendo de cómo se comportan usuarios que no son humanos? O lo que es aún peor: ¿qué pasa cuando somos los propios humanos los que nos comportamos como máquinas? Algunos ya están vaticinando directamente la muerte de internet, y aunque puede parecer tremendista, vale como metáfora de un mundo virtual hecho por máquinas para máquinas.
La teoría del internet muerto es una teoría de la conspiración que no es precisamente nueva y, aunque como toda teoría conspiranoica contiene una buena cantidad de afirmaciones absurdas, plantea una serie de cuestiones que nos pueden hacer reflexionar sobre a dónde se dirige la red global en el futuro. Reivindica que el internet que conocíamos desapareció en algún momento de la pasada década y que todo lo que vemos en la nube está generado por bots e inteligencias artificiales, sin rastro de contenido generado por humanos.
La premisa es fácilmente falsable (te prometo que esto que estás leyendo lo ha escrito una persona), pero es innegable que internet está siendo inundada por contenidos que no han sido concebidos por seres humanos; es más, muchos contenidos no solo han sido concebidos por máquinas, sino también para máquinas.
Pensemos en un caso paradigmático que explica en buena parte las dificultades que encontramos para hallar en Google los resultados esperados: el SEO. El Search Engine Optimization, por reducirlo a la más mínima expresión, no es más que el arte de crear contenidos al gusto de las máquinas. Supone adaptar el contenido de manera que el algoritmo de Google lo posicione antes que otros. La teoría dice que de esta manera facilitamos el acceso del usuario a la información que busca. Nuestra experiencia, especialmente en los últimos años, es muy distinta.
En esa carrera armamentística por el posicionamiento, los especialistas en SEO han aprendido a manipular los contenidos de manera que consigan las mejores posiciones independientemente de su relevancia. ¿Quién no se ha tragado un artículo de cinco párrafos irrelevantes y redundantes solo para encontrar la información requerida al final del texto (con suerte)? Es obvio que este tipo de contenidos no se elaboran pensando en la comodidad del usuario, sino en los antojos del algoritmo.
Estas estrategias de optimización se han ido extendiendo a muchas otras plataformas. Al fin y al cabo, todas ordenan sus contenidos en función de un algoritmo y ya hemos visto que son fácilmente explotables. Los creadores de contenido han aprendido cómo deben elaborar sus contenidos para hacerlos más atractivos, no para los usuarios que llegarán a consumirlos, sino para los algoritmos que deben distribuirlos. Google, Facebook, TikTok, Instagram, X… muchas plataformas han sido conquistadas por granjas de contenido que generan ingentes cantidades de basura digital capaz de engañar al algoritmo para conseguir un alcance que no tendría de otra manera.
Y si la fórmula del éxito es tan simple, el siguiente paso era lógico: automatizarla. De ahí que hayan proliferado las granjas de contenido automatizadas: robots pilotados por inteligencia artificial que generan contenidos adaptados a las preferencias de los algoritmos a una velocidad inalcanzable para las personas. Una vez solo hubo humanos escribiendo para otros humanos. Ahora hay máquinas, muchas máquinas, escribiendo para otras máquinas.
Las IAs degenerativas: los Habsburgo de la era digital
Porque el último eslabón de esta cadena de fatalidades es el nuevo juguete de las tecnológicas. La fascinación que la industria y los más entusiastas techbros muestran por las inteligencias artificiales generativas contrasta con los grotescos productos que nos están regalando. Dejando de lado las lógicas preocupaciones de los propietarios de los derechos de autor de las obras con las que estas máquinas se han estado entrenando (que no son objeto de este artículo), cualquiera que haya cacharreado un poco con ellas se habrá dado cuenta de cómo las IAs inventan información errónea, pintan manos con ocho dedos o crean auténticas abominaciones.
Estando más o menos de acuerdo en que estos sistemas están aún en una fase muy embrionaria (a pesar de que muchas de ellas llevan ya años y años de desarrollo a sus espaldas), cabe preguntarse si las limitaciones que evidencian se pueden realmente mitigar o si estamos destinando exorbitantes sumas de dinero a una tecnología menos útil y precisa de lo que nos quieren hacer creer. En cualquier caso, no hay duda de que ya se ha puesto al servicio de estas granjas para generar aún más basura con la que inundar las plataformas en busca de views. Y eso es lo que más dudas plantea de cara al futuro de internet.
Sobre todo porque, aunque las grandes tecnológicas están básicamente comprándose internet a trozos (el último ejemplo es el acuerdo millonario al que han llegado Google y Reddit) para entrenar a sus sistemas, es inevitable que llegue el momento en el que empiecen a entrenarse con contenidos generados por otras IAs, que, de momento, podemos seguir diciendo que son de mucha menor calidad que los elaborados por personas.
Esto, según algunos investigadores, llevará a inteligencias artificiales tan endogámicas que acabarán convirtiéndose en IAs degenerativas que no serían cada vez más precisas y agudas, sino incapaces de identificar sus propios errores volviéndose cada vez más y más estúpidas. Un extremo para el que el investigador Jathan Sadowski ha acuñado el término ‘IA Habsburgo’ en honor a la dinastía que una vez reinó en España, célebre por sus relaciones incestuosas.
El escenario distópico que sugiere esta teoría es, resumiendo, un abyecto vídeo generado por inteligencia artificial de TikTok que, gracias a exhibir exactamente el formato más óptimo según la programación del algoritmo, será premiado con miles de visualizaciones que otro robot interpretará como prueba de relevancia, lo que llevará a la creación automatizada de más vídeos igual o más infames que nadie quiere ver en realidad hasta que todo nuestro feed sea monopolizado por basura infecta. Y esto, de alguna manera, ya está empezando a pasar.
¿Está muriendo internet tal y como lo conocemos?
A modo de resumen, si internet ya no es lo que era es por varios factores. Primero, porque los actores dominantes en el mundo virtual se han esforzado por hacerlo más estrecho, limitando la cantidad de servicios a los que tenemos acceso. Segundo, porque estos actores han ido degradando la calidad de esos servicios hasta el punto de que a duras penas siguen siéndonos realmente útiles. Tercero, porque la dependencia que sus plataformas tienen de los algoritmos ha permitido manipularlas para promocionar contenidos de escasa calidad. Y cuarto y último, porque los procesos de automatización están plagando la web de basura digital en la que el elemento humano está ausente. Todo ello impulsado por el ánimo de lucro.
Con todo, miles de millones de personas siguen cada día asomadas a esta ventana que nos permite acceder una realidad expandida casi sin límites. Internet no pasa por su mejor momento, y eso es evidente. Pero mientras siga habiendo personas conectadas, habrá un espacio para el intercambio de ideas y experiencias que hicieron del ciberespacio un lugar en el que querer estar. Parece relevante preguntarse, de todos modos, si las megacorporaciones que controlan casi todo lo que pasa en línea nos están dando el servicio que merecemos y si tenemos capacidad para cambiar esta dinámica.
Internet no muere, pero nunca para de transformarse. Las plataformas vienen y van, unas desaparecen y otras nacen y somos nosotros los que dictamos sentencia. Internet es un espacio de libertad, o debería serlo, y si los actuales espacios virtuales en los que convivimos se degradan hasta el punto de ser hostiles, antes o después tendremos que plantearnos migrar a otros nuevos. Dejemos a los robots hablando entre ellos y volvamos a la esencia: humanos comunicándonos con otros humanos.
Me ha gustado mucho el artículo. Enhorabuena.
Mientras lo leía me venía a la cabeza el centro de las grandes capitales y su progresiva degradacion: primero espacios con historia y encanto, después lujo, luego llegan las grandes franquicias, las tiendas de souvenirs, los hoteles baratos, las tiendas más cutres, la delincuencia, la degradación total… Quizás esté pasando eso en el internet más céntrico, en las Gran Vías y las Plazas de España de internet, mientras en otros lugares nacen, de forma natural, espacios interesantes y genuinos.
Unos cuantos colegas de profesión armamos el otro día una lista de discusión por email, como las de antes, sin empresas, con moderación y normas. Y qué bien está sentando.
Vamos a tener que volver a los foros y blogs para encontrar info de calidad.